Este 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género (#25N), los datos oficiales reflejarán los asesinatos de 43 mujeres (y 5 niños y niñas) a manos de las parejas y exparejas.
Estos números, que reflejan los registros oficiales hasta finales de octubre de 2018, desgraciadamente ya se han superado a lo largo del mes de noviembre, y acumulan desde 2003 casi mil mujeres que han sido víctimas de la máxima expresión de la violencia machista.
A efectos descriptivos, y aunque la mayoría de los asesinatos se producen entre personas adultas, hay que destacar que 6 de las mujeres asesinadas este año eran mujeres jóvenes (una de ellas menor de 20 años) y, entre los asesinos también hay 3 varones menores de 30 años.
La violencia de género es un problema extremadamente complejo, que implica muchas formas de agresión y violencia a veces no suficientemente visibles. Los datos de asesinatos sólo representan una parte (extrema) de sus manifestaciones. La valoración cuantitativa de todas las situaciones de violencia no es, por tanto, fácil y está condicionada por la visibilización de los problemas y, a nivel oficial, de las denuncias que se produzcan en cada uno de los casos.
Los datos oficiales sobre violencia de género que registra el Ministerio del Interior, con todas las dificultades para categorizarlos, dependen de dichas denuncias y de su seguimiento. A 31 de octubre de 2018, el Sistema Viogén (Sistema de Seguimiento Integral en los casos de Violencia de Género) acumulaba también un total de 522.376 casos, con casi 474.000 víctimas registradas.
En lo que se refiere a los y las jóvenes, en la última memoria anual de la Fiscalía General del Estado (1) se advierte de la cada vez más baja edad de las víctimas y agresores, que incluso llegan a edades entre 12 y 14 años.
Obviamente estamos ante una realidad social tremendamente dura e importante, que implica a todo el conjunto de la sociedad y que afecta también de forma directa a la población joven.
Según los datos del Barómetro de Género 2017 del CRS casi la mitad de la población joven en España considera que la violencia de género ha aumentado (casi el 30% dice que ha aumentado mucho), y un 27% cree que se mantiene igual.
Desde el punto de vista de las actitudes, y al menos formalmente, los y las jóvenes rechazan claramente la aceptabilidad de todos los tipos de violencia de género. Al ser preguntados por su valoración sobre diversas manifestaciones de este tipo de comporamientos, algo más del 85% muestra su contundente oposición a que se puedan tolerar actos como pegar, amenazar, insultar, difundir imágenes sin permiso, limitar o condicionar los movimientos o las relaciones de la pareja, …
Sin embargo, también entre la población joven existen colectivos que se muestran ambiguos o que incluso aceptan abiertamente que este tipo de acciones se puedan producir en el seno de las relaciones de pareja.
Colectivos cuantitativa y cualitativamente muy importantes, que suponen algo más del 15% cree que puede controlar el móvil de la pareja; o el 12, % que, en alguna medida, considera aceptable controlar todo lo que hace, dónde está en cada momento o insistir en tener una relación sexual cuando la otra persona no quiere; algo más del 11% que cree que puede romperle cosas, o menospreciarla, o hacerle sentir miedo, insultarle. O el casi 10% que considera admisible pegar a la pareja, obligarle a hacer cosas que no quiere con amenazas.
El correlato de estas actitudes en la realidad juvenil es también evidente si analizamos los datos declarados en la encuesta sobre violencia que se reconoce en el entorno próximo, la que se ejerce y la que se sufre.
Respecto a los actos que las personas jóvenes dicen ver o haber visto en las parejas cercanas de amigos o amigas los resultados son escalofriantes. En el entorno del 40% de jóvenes dicen reconocer como en sus entornos se controla el móvil de la pareja (42%), se envían mensajes asustando o amenazando (42%), se controla todo lo que hace la pareja (41%), se pega (39%) o se obliga a hacer cosas con amenazas (37%), se limita con quién se puede hablar o salir (35%), etc.
Sólo un 13,6% de jóvenes dice no haber visto alguno de los comportamientos violentos explicitados entre las parejas cercanas, lo que muestra un panorama nada halagüeño sino más bien bastante desolador entre adolescentes y jóvenes. Más aún si añadimos, además, la declaración de la violencia ejercida y sufrida.
Casi uno de cada cuatro jóvenes (24%) declara que su pareja le revisa el móvil; casi el 17% dice que le controla todo lo que hace, o que le insulta y humilla, o que le envía mensajes amenazando o asustando. En proporciones menores, pero tremendamente relevantes, el 15% dice que le han roto alguna cosa o le ha insistido para mantener relaciones sexuales cuando no quería; también que trata o ha tratado evitar que se relacione con sus amistades…
Y en el sentido contrario, también porcentajes relevantes de jóvenes (aunque más bajos que los anteriores, pero no por eso menos expresivos) que reconocen ejercer estos tipos de actos y comportamientos violentos sobre sus parejas.
La violencia de género es un fenómeno socialmente transversal, y no hay variables que clasifiquen claramente qué personas son más o menos proclives al ejercicio o padecimiento de la violencia: como sabemos, no parece que el mayor o menor nivel educativo, ni la edad o la clase social, tengan relación con este tipo de comportamientos. Tan sólo hay una constante en los análisis estadísticos y es que la violencia es más ejercida por los varones y más sufrida por las mujeres.
Por otra parte, todos estos indicadores guardan algún tipo de relación entre ellos y parece razonable pensar que el ambiente y la socialización facilitan el desarrollo de las actitudes, pero también de los comportamientos, aunque no sea de forma directa o inmediatamente causal. Por ello es interesante valorar hasta qué punto existe relación entre el conocimiento de actos de violencia con los sufridos y con aquellos que los chicos y chicas han declarado realizar, es decir, si el contexto facilita, de alguna manera, sufrir o ejercer en mayor o menor medida comportamientos de violencia de género.
El gráfico anterior nos sirve para ver estas relaciones en términos de tendencias al comparar los actos conocidos, con los sufridos y ejercidos por los y las entrevistados, además de incluir el porcentaje de jóvenes que los admiten en alto grado (posiciones más altas en la escala de admisibilidad).
- En primer lugar se puede apreciar que existe una cierta relación entre la proporción de jóvenes que ejercen actos de violencia de género con la proporción de quienes los toleran en alto grado: los porcentajes son muy parecidos. Podemos sospechar, como hipótesis, que quienes dice tolerarlos, al menos en buena medida, pueden ser también quienes dicen haberlos ejecutado.
- No parecen guardar relación los actos de violencia ejercidos con los sufridos u observados; las proporciones de menciones se mantienen muy parejas. Como excepción, donde la regla proporcional se rompe es en el comportamiento romper alguna cosa; un 7,2% declara haberlo ejercido y un 10,2% haberlos sufrido. La diferencia entre lo observado en el entorno y lo experimentado, o protagonizado, es relativamente pequeña, comparativamente hablando.
- Las situaciones observadas y los actos sufridos si parecen guardar relación, al menos de forma mínima. Cuando se declara conocer un acto es más o menos observado en el entorno cercano, las proporciones de jóvenes que declaran haberlos sufrido o haberlos ejecutado tienden a presentar ciertas variaciones, no especialmente grandes pero sí de forma suficiente como para que podamos sospechar que alguna relación guardan. Podría argumentarse en contra de esta afirmación que si se ha sufrido o ejecutado algún acto, se declarará haberlo observado, pero las preguntas del cuestionario intentaban separar los “actos vistos u oídos en su círculo cercano de amigos, familiares y conocidos” de los sufridos o ejecutados.
- En este sentido, algunos actos tienen muy altas menciones, comparativamente hablando, en cuanto a haber sido observados en el entorno y se traduce en haber sido algo más sufridos por los y las jóvenes que el resto; son, por ejemplo los comportamientos de “ciberacoso” como enviar mensajes asustando, ofendiendo o amenazando observado por el 41,7% y sufrido por el 16,4%, enviar mensajes asustando, ofendiendo o amenazando (41.7%, 16,4%). O los actos de violencia de control como controlar todo lo que hace (41,7%, 17%, respectivamente), obligar a hacer cosas que no quiere, con amenazas” (37,5%, 13,8% ), decirle a dónde puede ir o con quien puede hablar (35,5%, 15,4% ).
- Cuando las declaraciones de reconocimiento en el entorno son menores, la proporción de jóvenes que declaran haberlos sufrido también descienden algo, comparativamente hablando. Pasa, por ejemplo, con grabar en móvil, vídeo o fotos sin que lo sepa (20% de observado y 8,1% de haberlo sufrido), decirle que no vale nada (22,8% y 12,8%), hacerle sentir miedo (22,9%, 12,6%), decirle que si le deja le hará daño (25,9% y 10,6%) o hacerle sentir miedo (22,9%, 12,6%).Evidentemente, no podemos hablar de que ambas variables guarden una relación absoluta, pero si una cierta relación.
- Por último, podemos centrar la atención en revisar el móvil que es, con diferencia, el comportamiento de violencia más extendido (el 15,6% declaran haberlo realizado). Este tipo de comportamiento presenta singularidades con respecto al resto, pues además de ser el que más se ejerce, es también el más sufrido (23,6%) y uno de los más extendidos en el círculo cercano del joven (41,7%).
Es importante señalar las diferencias respecto a los actos ejercidos y su relación con los sufridos según el género.
Las mujeres globalmente y como colectivo son, como hemos comentado, mucho más víctimas de violencia que autoras de la misma. Sufren en mucha mayor medida que ejercen la mayoría de los actos contemplados, de tal manera que la diferencia porcentual entre los actos sufridos y los protagonizados supera los 10 puntos y roza en muchos casos los 15 puntos porcentuales. Veamos algunos ejemplos para el caso de las chicas: casi el 23% declaran haber sido insultadas y humilladas y sólo el 7% haberlo ejercido; controlar dónde está permanentemente (21,7% vs 6,4%), controlar todo lo que hace (21,5% vs 7,5% respectivamente), insistir en tener sexo cuando no se quiere (21,2% vs 5,5%), tratar de que no vea sus amigos (17,7% vs 3.6%), hacerle sentir miedo (16,8% vs 2,7%), decir que no vale nada (16,8 vs 3,7%) y, por último decir con quien puede hablar o adónde puede o no ir (19% vs 6,9%).
Como hemos apuntado al principio la violencia de género es un fenómeno dramático y complejo. A veces, todavía hoy, poco clarificado sobre todo en las consciencias. En el fondo del debate que sugieren todos estos datos se sitúan dos cuestiones que nos parecen claves en este sentido.
Por una parte la gran cantidad de comportamientos, aparentemente inocuos por cotidianos, y que una gran parte de la población puede llegar a considerar que no forman parte de la etiqueta “violencia de género”, y que es necesario hacer visibles y reconocer para que todos y todas seamos capaces de entender en qué consiste este fenómeno, más allá de las agresiones estrictamente físicas y los asesinatos. Llama poderosamente la atención la consolidación y naturalización de ciertos comportamientos en el seno de las relaciones interpersonales (y no sólo entre jóvenes, por cierto) especialmente los relativos al control del otro o de la otra (lo que hace o no hace; con quién se habla o no se puede hablar; la ropa que se puede usar y la que no, dónde se puede ir y dónde no …) y que tenemos claramente representado en el control del móvil. Objeto, por cierto, que en el momento actual es quizá el máximo exponente de la imagen personal y la identidad.
Por otra parte, el absurdo argumento que a veces surge sobre si este tipo de comportamientos violentos son o no cuestión de género. Algo así como que forman parte de modos de relación que exceden la causalidad de género y que, como hemos visto, no es cierto por muy transversales estructuralmente que sean. Las víctimas son, globalmente, las mujeres, y es hacia ellas hacia donde se dirige el control emocional y personal, pero también la agresión directa, tanto física como social.
Notas:
(1) Fiscalía General del Estado. Memoria 2017.