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Es que no es fácil estar bien. El problema estructural de la ansiedad en la juventud

By 20 octubre, 2021 No Comments

Cada vez que alguien nos pregunta cómo estamos un resorte casi automático nos lleva a contestar un simple y llano “bien”. Se puede ampliar más o menos la respuesta y el diálogo posterior puede acabar derivando en compartir un problema pero rara vez iniciamos una conversación hablando de lo que nos preocupa realmente. No obstante, lo que nos preocupa no deja de existir o de afectarnos por omisión. Cuando pienso en juventud y bienestar lo primero que me viene a la cabeza es mi entorno, las personas jóvenes que me rodean, cada una con sus propias trayectorias vitales, aspiraciones, conflictos, éxitos y dificultades. A pesar de las monumentales diferencias que constituyen nuestros rasgos individuales, en los últimos años se ha extendido un nuevo elemento que aparece de forma intermitente en nuestras conversaciones: la ansiedad.

La ansiedad suele definirse desde la psicología como una emoción que produce reacciones en el sistema nervioso central y en el resto del organismo ante situaciones que demandan un esfuerzo intenso o sostenido o cuando se tiene que hacer frente a una amenaza inminente o futura. Estas reacciones pueden convertirse en trastornos cuando la ansiedad implica un importante malestar y afecta al comportamiento habitual de la persona. No obstante, el carácter multidimensional de la ansiedad resulta innegable, tanto por la situación que la provoca, la forma de adquisición y los problemas de respuesta. En los discursos que me rodean, la ansiedad se ha convertido en el cajón de sastre para hablar del malestar, hayamos identificado o no el foco del mismo.

Los datos de salud mental generados desde el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud también coinciden con esta tendencia. En 2017 únicamente un 6% de los y las jóvenes habían tenido algún problema de salud mental continuamente o con frecuencia en el último año y un 66% afirmaba no haberlo tenido nunca. Sin embargo, en 2020 estos porcentajes pasan a un 8,6% y a un 49,8% respectivamente. A su vez, se registra un claro aumento en todos los indicadores relacionados con situaciones estresantes entre 2019 y 2020. En España, el malestar juvenil no es un fenómeno novedoso puesto que está directamente relacionado con la posición que ocupan las personas jóvenes en la estructura social desde hace décadas. En cualquier informe sobre juventud se ha convertido en un lugar común el hacer referencia a la elevadísima tasa de desempleo y de temporalidad y los bajos salarios en el empleo juvenil y al retraso de los hitos de transición a la vida adulta como la emancipación o la formación de una familia.

Además de la vulnerabilidad estructural de la juventud en España, podemos identificar varios factores que han puesto de relieve la ansiedad en sus experiencias subjetivas. El primero tiene que ver con el contexto de crisis prácticamente permanente en el que vive la juventud actual. La crisis financiera de 2008 potenció la sensación de incertidumbre hacia el futuro y de tener que improvisar en un horizonte de precariedad que ya venía pisando fuerte en las conciencias colectivas. Ante la pregunta ¿qué crees que pasará en los próximos años? en 2015 nos respondía hasta un 74% que creía muy o bastante probable tener que trabajar en lo que fuera y un 67% que tendría que depender económicamente de su familia. Por otro lado, la crisis medioambiental ocupa cada vez mayor protagonismo haciéndonos más conscientes de los retos sistémicos que vamos a tener que afrontar antes o después con nuestros cuerpos. En 2020 los y las jóvenes mostraban mayor preocupación por el medioambiente que por el desarrollo tecnológico. Estas dos crisis han conformado el marco en las últimas décadas sobre el que se asientan las expectativas juveniles hacia el futuro y, como podemos imaginar, no son cimientos sólidos.

Llegamos así al contexto actual y a la posición paradójica en la que la crisis socio-sanitaria ha colocado a la juventud. Como grupo de edad, los y las jóvenes son el colectivo menos vulnerable a priori ante los efectos sanitarios de la pandemia, pero, simultáneamente, han sido el grupo que más se ha visto afectado en términos económicos y laborales.

El año pasado realizamos varios estudios que nos permiten analizar la evolución de las sensaciones y emociones sobre el futuro antes y después del primer confinamiento, reflejando así el impacto de las intensas transformaciones sociales asociadas al mismo. La incertidumbre pasa de ser una opción intermedia en marzo de 2020, representando a un 26,3%, a ser la opción más escogida entre los y las jóvenes en mayo del mismo año, con un 34,3%. A su vez, el futuro pasa de producir ansiedad en un 12,3% de jóvenes en marzo a un 20,3% en mayo. A esto se le une la extensión de una sensación de alarma social que viene vinculando a los y a las jóvenes con la propagación de la pandemia criminalizando sus actuaciones. La culpabilización de la juventud se ha podido observar desde el inicio de la pandemia, especialmente por parte de los medios de comunicación, y sus consecuencias se siguen observando hoy en día con un permanente flujo de noticias que siguen poniendo el foco en jóvenes haciendo botellón y en estallidos de violencia juvenil en lugar de incidir sobre las problemáticas que envuelven a este tipo de fenómenos, como la privatización y securitización de los espacios públicos y la situación de precariedad en la que se encuentra gran parte de la población joven.

Otro elemento característico del contexto actual, y que nos ayuda a profundizar sobre la transformación del concepto ansiedad en el imaginario colectivo, es la paulatina normalización de la salud mental en discursos institucionales y públicos. El hecho de poder nombrar al malestar a través de la ansiedad puede ser un indicador de mejora. Cada vez somos más conscientes de que no es fácil estar bien sin matices y, sobre todo, que ese “estar bien” no puede ser únicamente una responsabilidad individual. La conciencia del carácter estructural y el impacto colectivo y social de las losas que más pesan sobre el futuro juvenil pueden ser un importante apoyo y es crucial visibilizarlo. A pesar de ello, queda un largo camino por recorrer y sigue existiendo un fuerte estigma asociado a la salud mental. Muestra de ello es que en 2020 un 42,5% de quienes creían haber tenido algún problema de salud mental no acudieron a un profesional y, entre quienes no acudieron a un profesional, un 40,8% no le contó su problema a nadie.

Es importante no caer en la trampa de comparar generaciones o retos ni aceptar sin cuestionamientos el estereotipo de juventud sobreprotegida y cómoda que con frecuencia se destila en debates adulto-céntricos. También resulta crucial seguir normalizando los discursos sobre salud mental y ansiedad y ampliar nuestro conocimiento sobre los elementos que la conforman para que la ansiedad no se convierta en un diagnóstico final sino en un síntoma y una herramienta para nombrar los problemas y actuar colectivamente ante ellos. En definitiva, se necesitan más recursos y apoyo institucional para trabajar sobre la salud mental entendida como forma de bienestar y luchar contra la ansiedad como síntoma del malestar juvenil.

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