*Carlos López Carrasco, Asier Amezaga e Igor Sádaba
Las y los jóvenes españoles, durante la pandemia del COVID-19, han expresado en numerosas ocasiones el haber padecido, y con relativa frecuencia, episodios de soledad no deseada. Esta es una de las principales conclusiones de la investigación “¿Cómo conectamos?” Mediación de las redes sociales en la experiencia de soledad de las personas jóvenes», que retomamos en este post a ritmo de la canción de Rigoberta Bandini: «In Spain We Call It Soledad».
Los medios de comunicación españoles han dado cuenta de la soledad en las personas jóvenes haciéndose eco de estudios e investigaciones. Dicha soledad suele manifestarse, casi siempre, con un patrón recurrente que se manifiesta como un reclamo de atención y ayuda en medio de espacios sociales masificados y frenéticos. Ser escuchados y escuchadas y atendidos y atendidas en los entornos online resultar ser, para muchos de ellos/as, una tarea titánica y, en muchos casos, poco fructífera.
Hi, I just wanna say hello / I was just taking a walk / In this deepness we belong to
“La soledad no es tanto el no tener amigos sino sentir que estás en una plaza llena de gente y que estás todo el rato gritando: ‘hola, es obvio, necesito ayuda’, y como que nadie te está escuchando. No es que no te presten atención, es que ni siquiera te oyen”, decía una de las entrevistadas, de 20 años, en la investigación, realizada durante el año 2020 y cuyos resultados recogen las percepciones y vivencias del confinamiento estricto y su relación con las redes sociales. Al pensar en dichas “plazas”, no podemos evitar evocar los muros de Facebook, las cuentas de Instagram o los hashtags de Twitter. Dichos “lugares” muestran la paradoja de agregar a una gran cantidad de gente a la vez que parecieran aumentar ese sentimiento de soledad juvenil.
El sentimiento de soledad creció mucho en la población general durante esas semanas de confinamiento estricto, cuando nuestra vida social quedó reducida al envío y recepción de mensajes de texto o a videollamadas ocasionales. Y, como ya se ha señalado en otras investigaciones, en el grupo en el que más se incrementó esta sensación fue en el de las personas jóvenes, que es justo el grupo poblacional que más uso hace de las comunicaciones online. Frente a los estudios más habituales de la soledad en mayores (Vázquez et al, 2021), aquí presentamos precisamente un interés por focalizarnos en las edades jóvenes como una franja que ha sufrido mucho más de lo que se esperaba inicialmente esta incómoda soledad no deseada.
In Spain we say «it’s amargura» / In Spain we say «ay, me desangro» / In Spain we say «qué coño hago»
Si en el caso de los mayores, la soledad se atribuye a menudo a la falta de contacto que se produce como consecuencia del envejecimiento y de los cambios en las estructuras familiares, en el caso de los jóvenes no dejan de alzarse voces que señalan de alguna manera el uso tecnológico y sus características principales como los verdaderos generadores de soledad. Hay quienes han apuntado casi con el dedo a los nuevos dispositivos digitales (como teléfonos móviles o redes de Internet), atribuyéndoles la causa última de malestares variados, problemas de salud mental, adicciones o la soledad misma. Se ha extendido una sombra de sospecha sobre las tecnologías digitales ubicando el epicentro de la soledad juvenil en esta relación promiscua y ubicua que establecen estos grupos con los artefactos electrónicos que tanto consumen.
Si bien compartimos la idea de que los usos de las redes sociales están transformando la manera de relacionarnos, consideramos que los prejuicios excesivamente afectados o intensos, tanto positivos como negativos, sobre las redes sociales y los espacios digitales restan potencia a la hora de diagnosticar cómo están transformando la vida social, y también dificultan imaginar estrategias constructivas y realistas para remediar las tensiones y malestares de la sociabilidad juvenil. En la investigación que presentamos aquí se han explorado, por tanto, las maneras en las que las personas jóvenes viven, perciben y representan su mundo social a través del uso habitual de las redes tecnológicas. Y, a partir de ello, se han abordado tres dimensiones en las que están transformándose los sentidos en torno a la soledad entre personas jóvenes. Estas tres dimensiones, conceptualizadas como membranas, son diferentes capas que median en las relaciones sociales, que pueden ser atravesadas o permeadas pero que se encuentran siempre ahí.
And I don’t know how do they name those feelings
La primera dimensión o membrana tiene que ver con la idea de contacto. A pesar de que los medios digitales no pueden asegurar el contacto presencial o la unión física, en contrapartida nos prometen una disponibilidad y simultaneidad constantes en la interacción con otras personas. A falta de un tacto directo, del roce de la piel, los conectores virtuales se presentan como una posibilidad de interacción en todo tiempo y en todo lugar. Considerando esta expectativa que generan, se entiende que la primera forma de soledad que encontramos se exprese como una preocupación por estar fuera de los canales comunicativos, sin contacto.
En ocasiones, esta primera soledad toma cuerpo como un miedo por no ser partícipes de ciertos eventos o de ser olvidados por otros, en otras, por no estar al corriente de lo que sucede. Este primer modelo de sensación de soledad nos recuerda a experiencias de aburrimiento o apatía, cuando las redes no mantienen el pulso comunicativo que se desea; o de ansiedad, cuando no se puede seguir debidamente el flujo y se deja de estar al corriente o en la corriente. Es una soledad derivada de la desconexión, de la falta de interacción, de quedar fuera de lo social. La soledad juvenil, en este caso, viene expresada en las entrevistas como un miedo a una desvinculación social por falta de conexión.
And I don’t know how to be on a plane / Without thinking you are not coming with me
Existe un segundo nivel en el que la soledad se concibe de otra manera. Más bien como la frustración sobre los vínculos significativos, como una incapacidad para establecer conexiones relevantes o satisfactorias. Este tipo de soledad, la segunda encontrada en la investigación, es la forma más habitual o frecuente en la que se ha entendido y estudiado este fenómeno (Cacioppo & Patrick, 2008). La mayoría de estudios previos han tendido a teorizar la soledad así, como una carencia de relaciones gratificantes o alguna forma similar.
En ese sentido, las redes sociales digitales, al suponer nuevas formas de habitar y expresar los vínculos, pueden producir no pocas tensiones y frustraciones al no proporcionar contactos significativos o esperables. Las cuentas de los usuarios y los muros de sus apps, debido a que son escaparates públicos que permiten la comunicación con otros usuarios y usuarias a golpe de click se han convertido en dispositivos sociales. Sociales en tanto en cuanto se transforman en el marco fundamental de reconocimiento en, y de, las relaciones personales (Lasén & Megías, 2021). Por ello, lo que sucede en estos espacios, sean comentarios, mensajes, likes, imágenes o vídeos, acalorados debates, muestras de afecto o expresiones de odio, evidencia constantemente si cumplimos los mandatos de ser personas sociales, si realmente ejercemos de sujetos con influencia, popularidad y carisma. Es decir, si somos reconocidos por los demás, sí se nos valora.
En ese sentido, la soledad ahora no tendría que ver con desconectarnos sino con tener “conexiones de baja calidad social” que se puede expresar en el hecho de tener pocos seguidores o followers, no ser etiquetados en una publicación o ser criticados y ridiculizados por una imagen. Ahora es la sensación de no encajar en el tipo de interacciones exitosas de las redes sociales lo que dispara sentimientos de soledad. Hay que tener en cuenta que tras los perfiles que se elaboran en las redes sociales y tras los muros públicos de dichas plataformas, circulan y pululan mensajes privados en los que se desenvuelve un trato más íntimo, que complementa las actuaciones más visibles. Por ello, este segundo tipo de experiencia de soledad oscila entre dos pulsiones diferentes: entre la exposición pública y la construcción de un refugio donde intimar con otras personas.
In this deepness we belong to
Finalmente, cabe mencionar que existe un tercer tipo de soledad que aparece en esta investigación, relacionada con la manera en que las y los usuarios proyectan quiénes son ante otros. Cuando confeccionamos nuestra manera de actuar y de presentarnos en las redes a través de una serie de decisiones (elegir la foto de perfil o las fotos que mostramos, el texto de presentación, nuestras publicaciones habituales, el tipo de música que nos gusta, los lugares que valoramos o visitamos, etc.) estamos eligiendo cómo queremos ser vistos y cómo nos van a ver los demás. A la vez también lanzamos una especie de pregunta sobre cómo son los otros y qué es lo que su mirada espera (Lasén & Hjorth, 2017). Es decir, diseñamos nuestra indumentaria virtual y nuestra identidad pública, pero, de esa misma forma, interrogamos a los demás sobre su opinión y sobre su propia manera de exhibirse o visibilizarse.
De esta forma, los y las jóvenes españoles (y cualquier usuario/a de redes) entra en una especie de intercambio o de juego especular de expectativas (lo que los demás esperan de nosotros, lo que nosotros esperamos de los demás). Ello se manifiesta, por un lado, como una fantasía de transparencia, en la que las personas son capaces de representar veraz y honestamente lo que son. Esto, de alguna manera, supone una base estable para la construcción de una sociabilidad positiva y se expresa como un deseo y necesidad por parte de los y las jóvenes participantes. Por otro, las posibilidades del mundo digital para retocar y alterar fácilmente fotografías o textos publicados fomentan también una fantasía de control, en la que es fácil manipular las impresiones que se generan en los demás usuarios adaptándose así a normas y expectativas sociales. El arreglo y los filtros son una promesa de construcción personalizada del mundo y una herramienta para camuflarnos y mimetizarnos con el entorno o cumplir con las exigencias externas. Sin embargo, esta última fantasía, conlleva irremediablemente aparejada una cierta sospecha o desconfianza sobre cómo son o se presentan los demás. Es decir, si nosotros podemos mentir con nuestra visualización pública, los demás pueden hacerlo igualmente. Se acaba recelando e imaginando que el resto de usuarios no son genuinos sino personajes fake o, incluso, “usuarios fantasmas” (Michikyan, et al., 2015).
Por todo ello, emerge un nuevo tipo de soledad juvenil en las redes. Pero es un tipo de soledad que remite a esta nueva dimensión que está ligada a miedos existenciales y a sospechas de falsedad. Ante la falta de autenticidad (tanto de uno mismo como de los otros) y ante la casi imposibilidad por saber cómo mostrarse y obtener reconocimiento y valor, surge un tipo de malestar social. Este tercer tipo de soledad se relaciona entonces con una incertidumbre más profunda, no tanto sobre los vínculos manifiestos, sino sobre la veracidad (y sinceridad) de lo que somos o hacemos en redes sociales y sobre la posibilidad misma de comunicarnos verdaderamente con otras personas. Soledad es también sentir que estamos en medio de un gran simulacro, de un sueño fantasmagórico donde no podemos distinguir lo que es verdad o mentira, real o virtual.
In Spain We Call It Soledad (Soledad)
En conclusión, el modo en que las y los jóvenes viven su soledad y el uso de las redes sociales (la conexión digital) se revela como una metáfora perfecta de la sociabilidad contemporánea. Las mediaciones digitales cada vez están más naturalizadas, pero se muestran sombreadas u opacadas por otras dinámicas, que tienen unos efectos nada desdeñables. Aunque las hayamos normalizado, los diseños de las redes y el tipo de prácticas concretas que se realizan tienen consecuencias en la manera en la que se experimenta la comunicación y la soledad. En esta línea, muchos usuarios perciben una lógica tecnológica mucho más dinámica que en la era analógica, imaginándose liberados de ataduras offline. Sin embargo, esta situación genera ciertas contradicciones y fricciones entre la búsqueda de exposición pública y de recogimiento íntimo, y entre una fantasía de transparencia y el temor constante a la falsedad o al control externo. Por todo ello, la moraleja final del estudio es que las relaciones entre jóvenes hoy en día acarrean una altísima incertidumbre que, en la velocidad de la conectividad online, es fácil que les deje desconectados y solitarios.
Referencias
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• Michikyan, M., Dennis, J., & Subrahmanyam, K. (2015). Can you guess who I am? Real, ideal, and false self-representation on Facebook among emerging adults. Emerging Adulthood, 3, 55-64. https://doi.org/10.1177/2167696814532442
• Sanmartín, A., Ballesteros, J. C., Calderón, D., & Kuric, S. (2020). De puertas adentro y de pantallas afuera. Jóvenes en confinamiento. Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud, FAD. https://www.adolescenciayjuventud.org/publicacion/de-puertas-adentro-y-de-pantallas-afuera-jovenes-en-confinamiento/
• Vázquez Blanco, A., Baz Codesal, M., & Blanco Martín, M. P. (2021). El confinamiento por el covid-19 causa soledad en las personas mayores. Revisión sistemática. Revista INFAD De Psicología. International Journal of Developmental and Educational Psychology., 2(1), 471–478. https://doi.org/10.17060/ijodaep.2021.n1.v2.2099
- *Carlos López Carrasco, Asier Amezaga e Igor Sádaba son autores del estudio “¿Cómo conectamos?” Mediación de las redes sociales en la experiencia de soledad de las personas jóvenes»