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La representación social del cannabis: evolución y realidad

By 26 junio, 2023 No Comments

*Eusebio Megías Valenzuela*

La reciente publicación de la última investigación del Centro Reina Sofía de Fad Juventud sobre la evolución de la representación social del cannabis entre jóvenes[2] me ofrece la oportunidad de recordar algunos hitos esenciales del proceso de construcción de la realidad sobre las drogas en España; básicamente apoyándome en la serie de análisis realizados por esta entidad[3].

Huelga repetir aquí los argumentos, mil veces señalados, que muestran cómo la realidad se construye, en una dialéctica transformadora, por la manera en que la sociedad que la vive se la va representando. Mucho más cuando esa representación (percepción, valoración, posicionamiento ideológico y actitudinal, etc.) está cargada de fuertes componentes emocionales, como es en el caso de las drogas.

Fue esto lo que en algún momento me llevó a defender que “en las representaciones dominantes en la España de los 80 acerca de cómo es el mundo, la droga ocupa un lugar central”, y que “en el ámbito de los problemas sociales las cosas no son como son sino como la gente cree que son”. En este último aspecto creo que no cabe dudar de que, entre los elementos que sustentan la definición de una crisis de drogas, al menos dos dependen directamente de la representación colectiva: el pánico moral y el tipo de respuestas sociales e institucionales que se arbitran como estrategias defensivas.

El haberlo hecho anteriormente[1] legitima que ahora no me extienda en la defensa de estos postulados. Como igualmente no me parece que haya que insistir en que la evolución de la forma de ver y de vivenciar las drogas (por ejemplo, la decisiva sustitución del constructo droga por la visión particularizada de las distintas sustancias) se ha montado sustancialmente sobre los cambios que han ido produciéndose en la percepción colectiva del cannabis. Es en relación con éste donde se han producido antes y con más claridad las modificaciones más notables en las posturas, en las valoraciones, en las propuestas de futuro; y son esas modificaciones las que han permitido matizar y profundizar en los análisis sobre otras drogas, desde las legales socialmente ignoradas a las ilegales más severamente estigmatizadas, y sobre las personas consumidoras de las mismas, no siempre ni necesariamente adictas.

EVOLUCIÓN DE LA REPRESENTACIÓN SOCIAL DEL CANNABIS

La reciente publicación de la última investigación del Centro Reina Sofía de Fad Juventud sobre la evolución de la representación social del cannabis entre jóvenes[2] me ofrece la oportunidad de recordar algunos hitos esenciales del proceso al que me refiero; básicamente apoyándome en la serie de análisis realizados por esta entidad[3].

Acaso la primera contrastación empírica de la fuerza de la representación en el ámbito que nos ocupa apareció ya en 2000, en el primer estudio sobre el tema de la FAD. Contextualizando, y en parte incorporando, una serie de variables que marcaban posturas diferenciales en la población (edad, género, ideología política, religiosidad, vulnerabilidad social…), aparecía una categoría de carácter macro y trasversal que marcaba un claro punto o momento de inflexión en las posiciones personales: que la persona entrevistada, por su momento vital, hubiera tenido la oportunidad de socializarse en un contexto social en el que las drogas hubieran sido una realidad viva. Alguien que, en el momento de eclosión de la crisis de drogas en España, de 1978 a 1982 esencialmente, cuando en el “cómo era el mundo” las drogas ya ocupaban un lugar central, hubiera avanzado lo suficiente en su proceso de socialización, alguien que ya hubiera incorporado un modelo concreto de estilo de vida y de organización social, no iba a tener apenas posibilidades de entender y metabolizar la presencia de un fenómeno nuevo absolutamente extraño. Esas personas no podían sentir la presencia de las drogas más que como problema, un problema global, extraño, ajeno a la sociedad normalizada, ante el que sólo podían situarse como víctimas, que no admitía componendas ni matizaciones, que implicaba la destrucción de lo sano y obligaba a la negación y al enfrentamiento absoluto. Las drogas, cualquier droga, eran sólo la droga. En cambio aquellas otras personas que, en el momento de la encuesta, se estaban socializando o llevaban tiempo construyendo su socialización en un mundo donde las sustancias psicoactivas y su presencia social ya eran una realidad actuante, habían podido ir avanzando, más o menos según sus circunstancias, en un proceso de objetivación; conocían más y mejor los diferentes efectos de las diferentes drogas, habían aprendido a distinguir diferentes riesgos, sabían algo más de adicciones y problemas y de la evitabilidad o inevitabilidad de éstos, estaban o habían estado cerca de consumidores o quizás habían consumido… En resumen, habían tenido la oportunidad de ir diferenciando una amenaza real, aunque ésta les pareciera grave, de las fantasías destructivas propias de la alienación y el pánico moral. Era una brecha social muy significativa que, aun correlacionada con la edad, trascendía la pura facticidad cronológica para situarse en el espacio del modelo de convivencia aprendido. De ese modo era la representación la que estaba modulando la realidad del problema y de sus soluciones.[4]

Y no hay duda, los datos empíricos lo avalaban, que era la evolución de la representación del cannabis el factor que desde una perspectiva social amplia se comportaba como la punta de lanza en las dinámicas de cambio.

Evolución de las representaciones sociales. Autoría: Daniel_Nebreda. Fuente: Pixabay

Otro elemento, también de carácter transversal, que subraya la impronta que marca la representación en la construcción social de la realidad, se manifestó en el segundo estudio, unos años después (2005). Me refiero a lo que, en aquel texto se llamaba “el discurso de la legitimidad”, producto de una aproximación de carácter cualitativo y abanderado, aunque no de manera exclusiva, por las franjas de edad juvenil. En esencia, más allá de diferenciar distintos comportamientos frente a diferentes sustancias, se trataba de matizar la naturaleza y las consecuencias de esos comportamientos en razón de las circunstancias contextuales que los arropaban.

Por ejemplo, la legitimidad de un acto (pensemos por ejemplo en fumar un porro o comerse un tripi) y por tanto sus posibles consecuencias, va a depender no sólo del hecho en sí sino también de determinadas circunstancias acompañantes. Fumar un porro sería normal en una persona joven y en cambio se vería como algo raro o enfermizo en alguien de edad avanzada. Tomar un alucinógeno o esnifar cocaína puede ser legítimo, normal, en el contexto de una fiesta mientras es un claro trastorno y algo muy peligroso si se hace antes de entrar a trabajar. La edad, el grupo de pertenencia, la intencionalidad del consumo, el momento, aparecen como elementos de importancia básica en la definición de lo permisible, de lo natural, de lo peligroso. Y es así no por las consecuencias objetivas que puedan presumirse dependiendo de cada situación, sino porque esas diferentes situaciones o circunstancias transforman la propia naturaleza del acto en sí, lo hacen otro, lo convierten en una realidad distinta, con reglas distintas.

Una vez más, una perspectiva cambiante en la representación abre y transforma el marco de realidad. Y una vez más es frente al cannabis donde más se conforma y se nota la evolución. A partir de esos momentos iniciales en la convivencia con la crisis de drogas, en España se va instalando un amplio proceso de cambios en la manera de ver, sentir y relacionarse con el cannabis y con quienes lo consumen; unos cambios que, siempre en tendencia creciente, apuntan a la naturalización del fenómeno y que en su momento actual se trasladan perfectamente a los resultados empíricos de esta última investigación. Y que parecen haberse sustentado en la convivencia y en la percepción directa con las mil realidades de los contactos, privilegiadamente integradas en las dos macrovariables mencionadas: la progresiva posibilidad de objetivación y la manipulación legitimadora de los propios sujetos.

EL FACTOR «RIESGO» EN LA REPRESENTACIÓN SOCIAL DEL CANNABIS

En este proceso de progresiva naturalización del consumo de cannabis acaso sea la conceptualización del riesgo uno de los elementos que presenta una evolución más clara en su manera de ser, entendido en las vivencias que suscita y en las posturas, personales y sociales, que va condicionando. Magnificado frente a la droga, mal absoluto, el riesgo sólo podía ser ignorado por quienes sufrían de alguna grave deficiencia, moral, mental o social; los consumos eran algo alejado de la sociedad normal, indicativos de personas enfermas, marginales o con rasgos de amoralidad. Es la representación propia de un momento de alienación inicial, claramente útil para proyectar lo temido y preservar lo propio mediante el extrañamiento y la manipulación. Y era el constructo que amenazaba a quienes no estaban avisados y podían caer en unos comportamientos que inevitablemente les iban a conducir a esas circunstancias de anormalidad; de ahí la necesidad continua de enfatizar y maximizar los riesgos como estrategia prioritaria en la prevención.

A partir de esa posición inicial los sucesivos estudios van desvelando diferentes cambios y matizaciones: no todos los consumos ni todas las formas de consumir suponen la misma amenaza, aparentemente hay personas consumidoras que no encajan en las categorías de enfermas o perversas, algunas maneras de uso parecen irse integrando en pautas culturales extendidas, no siempre los consumos implican ignorancia de los riesgos, se descubren ciertos beneficios en las relaciones con las drogas, la frecuentación de éstas puede ser un factor de integración en el grupo en lugar de marginación, etc., etc. Es un progresivo y notable cambio en la representación que no implica necesariamente la ignorancia de las amenazas, sino que más bien parece significar una mayor y mejor objetivación de estas. Obviamente, desde el punto de vista de la prevención no cabe entender todos estos cambios como positivos; pueden contribuir a la extensión de los consumos y, aunque sólo sea por razones estadísticas, de los problemas. En todo caso sí implican una percepción y unas actitudes más matizadas, que sustituyen el paradigma centrado en la inaceptabilidad de las drogas, la droga mata, por un modelo representativo que pone en juego distintas realidades, productos de consumo, formas de consumir, contextos, culturas e intencionalidades, y que sobre todo implica una responsabilización del sujeto en la asunción de riesgos, la búsqueda de gratificaciones y el manejo de los recursos personales[5].

Percepción del riesgo. Autoría: Steveorini. Fuente: Pixabay.

La relación con el cannabis es terreno abonado para que se manifiesten en ella todos esos matices de la representación social. La atribución discriminada de peligrosidad, la inclusión del alcohol en “el juego”, la creciente normalización de los consumos, la aceptación de ciertas formas de acceso a la sustancia, la exigencia de avances en la regulación de producción, comercialización y consumo, la presencia progresivamente más transversal de estas posturas, la aprobación de las maniobras regularizadoras, son consecuencias inequívocas de los cambios en la representación, que aparecen con rotundidad en la reciente investigación del Centro Reina Sofía de Fad Juventud. Son síntomas del cambio en las posturas frente al cannabis en grupos progresivamente más nutridos de jóvenes y no jóvenes, a la vez que se comportan como motor y acicate del propio cambio. Y todo ello sin que el señalamiento repetido de los riesgos sirva para neutralizar la tendencia. Quizás quepa aventurar que subrayar las amenazas no es eficaz para invertir la tendencia a la normalización precisamente porque esas amenazas no son ignoradas por los y las protagonistas de tendencia.

Ese sería probablemente otro componente de la representación colectiva del cannabis que supone un cambio de clara significación puesto de manifiesto entre los hallazgos de la investigación referenciada: el avance hacia la normalización no necesariamente implica una banalización o una negación de los riesgos ni se debe prioritariamente a ellas, tal como el discurso formal ha repetido machaconamente. Obviamente hay un grado de correlación entre ambos fenómenos, banalización de riesgos y normalización, pero no es menos cierto que son categorías independientes, que poseen dinámicas propias.

Eso es lo que aparece en la investigación y eso es lo que abre una nueva categoría de análisis en la, siempre en revisión, percepción social del cannabis.


[1] Cabe repasar en el fondo documental del Centro Reina Sofía de Fad Juventud la serie de textos editados en los últimos veinticinco años que analizan la representación social de las drogas y los riesgos, en los que he tenido alguna participación.

[2] Rodríguez, E., Ballesteros, JC. Y Megías, E. (2023), “Representación social del cannabis. Evolución desde la mirada diferencial de la población joven”

[3] Sin que esto implique que no haya habido otras instituciones y autores que hayan trabajado con idénticos objetivos y que hayan llegado a similares conclusiones. Pero en una entrada personal en un blog he preferido acudir a las referencias también personales.

[4] ¿O alguien piensa que la exigencia de abstinencia para tener derecho al tratamiento, durante varios años convertida en norma a través del llamado “contrato terapéutico”, era una necesidad técnica? ¿O que era casual la oposición a los tratamientos con metadona o al intercambio de jeringuillas precisamente cuando más se extendía el SIDA?

[5] Está claro que el sujeto no tiene la plena capacidad de optar: ni puede todo, ni conoce plenamente, ni es totalmente libre. La presión del grupo, las circunstancias personales, los mandatos culturales, la fantasía de integración o el contexto del momento, por no hablar de las propias deficiencias en la toma de decisiones, pueden limitar seriamente la capacidad de elegir y dificultar de forma grave el dimensionamiento de los riesgos. Pero de lo que hablamos es de una representación más compleja, que debilita la visión satanizada y omnipotente de las drogas y amplia el ámbito de responsabilidad, para lo bueno y para lo malo, de la persona.

*Eusebio Megías Valenzuela es psiquiatra y ha sido durante 22 años (1995-2017) director técnico de FAD. Autor, coordinador y co-editor de más una veintena de libros sobre juventud, riesgos y sociedad, imprime carácter en todos sus trabajos, reflexiones y trayectorias.

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