Pablo Morente Acale es responsable de Cambio climático y Cooperación al Desarrollo del Consejo de la Juventud de España. Tras años de asociacionismo y activismo, ahora coordina esta área con motivación máxima, solo escucharle y leerle es pura inspiración. Ha estado en la COP27, la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en Egipto, y en esta entrevista nos cuenta los retos anteriores y posteriores a la misma, así como su paso por allí. Está convencido de que el papel de la gente joven en la lucha por la justicia climática ha sido, es y será fundamental en el futuro de la generación planetaria.
Pablo, ¿en qué punto pasaste de tener conciencia de la crisis climática al activismo que te lleva a ir a la COP27?
No ha sido nada fácil. Una de las reivindicaciones del activismo climático es que estos espacios no son útiles y se hace disidencia, no se acude para dejarlos en evidencia. Yo que vengo, además, de un activismo bastante callejero, de acciones de desobediencia directa, el ahora hacer un activismo institucional ha sido complicado.
Yo estoy en el Consejo de la Juventud de España (CJE) y llevo el área del Acción Climática. El CJE es un organismo que representa a todos los jóvenes del país y tiene un perfil bastante institucional. Entonces, haciéndome cargo del cargo en el que estoy, me vi en la tesitura de que ya no era por mí sino por una cuestión de representación el tener que ir a la COP27. Así que asumiendo todas las contradicciones, la huella de carbono que supone ir hasta Egipto cogiendo dos aviones, sin saber muy bien si iba a tener sentido que fuera… Pues fui. Y al final muy guay, sí le he visto el sentido.
Y allí en la COP, ¿cuál ha sido el obstáculo más grande con el que te has encontrado?
Lo más difícil de una COP es que es un encuentro muy técnico y que hay gente, bueno, políticos que no se hacen cargo de la urgencia del cambio climático: jefes de Estado, jefes de gobierno. Y tú tienes que mantener la balanza para no volverte radical, porque entonces pierdes toda la posibilidad de audiencia, y al mismo tiempo transmitir que lo que se trata allí no es un juego, que no pueden estar COP tras COP intentando llegar a acuerdos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Yo creo que eso es lo más complicado.
Además, allí dentro todo era como una anomalía. La primera semana no había apenas agua ni comida, era todo súper caro. Dentro de los pabellones, hacía como cinco grados, por el aire acondicionado y fuera como 35, casi un campo de entrenamiento para el colapso climático, ¿no? Una paradoja entre lo que estaba debatiéndose y lo que estábamos sufriendo en persona allí.
¿E informativamente? ¿Ha sido fácil informar desde allí?
La COP27 se ha celebrado en Sharm el Sheikh (Egipto), una ciudad que da al Mar Rojo, en la puntita del golfo Pérsico. El gobierno egipcio decide llevársela ahí, una ciudad llena de resorts de lujo donde no hay población civil, porque así se evitan la presencia mediática y social que suele rodear a las cumbres.
Ha sido la primera COP en la que las manifestaciones se han desarrollado dentro de la zona azul protegida como espacio internacional. Esto se traduce en una falta de libertad de expresión, la inexistencia de derechos fundamentales fue una constante a lo largo de toda la Conferencia.
Teniendo en cuenta que ya no estamos cumpliendo el Acuerdo de París sobre el calentamiento global, ¿cómo podemos comunicar sobre la crisis climática con esperanza? ¿Aún podemos hacer cosas?
He tenido la suerte de estar en la Cumbre cuando se ha firmado el acuerdo que incluye por primera vez la disposición de los países ricos a financiar un fondo de «pérdidas y daños» a los países del Sur Global por el impacto del cambio climático. Estos países no es que se tengan que adaptar a cuando el nivel del mar suba, es que ya lo están sufriendo. Estos países llevan treinta años pidiendo el fondo y treinta años esperando a la cumbre siguiente. Y en esta, a última hora del sábado, como a las cuatro de la madrugada, se aprobó por unanimidad, que es como funcionan las decisiones en Naciones Unidas. Estos países se plantaron y dijeron que si no salía esta vez, por justicia climática, se iba a perder el crédito internacional.
Pero salió. Y yo estoy convencido de que no ha salido solo por su lucha, sino por la de toda la sociedad civil (mucha gente joven) que estaba también pidiéndolo. Nos inventamos canciones presionando cada uno a nuestro gobierno, a la Unión Europea. Habíamos estado siguiendo este tema todos los días, cada debate, cada charla… Nos dejamos la piel desde que nos levantábamos hasta que nos acostábamos. Y, claro, salimos con la sensación de que tiene sentido, de que merece la pena estar y ser parte. Yo he intentado transmitir por redes sociales esta esperanza. No es que tenga muchos seguidores, pero me parecía importante que el mensaje de que se pueden conseguir cosas llegara.
Y luego, en términos generales, yo recomiendo que se siga un movimiento que igual muchos y muchas ya conocéis que es “Extinction Rebelion” (XR), que es uno de los movimientos que con más radicalidad está presentando el tema del cambio climático. A pesar de toda la angustia vital con la que se vive la crisis climática, este movimiento tiene el objetivo de transmitir siempre con alegría y entonces hace mucho “artivismo”, activismo con arte. Hacen juegos, se disfrazan de “Brigada Roja”, de gobiernos, se embadurnan de petróleo, construyen símbolos gigantes, como la ballena que circuló por la COP de Madrid, se corta la Gran Vía bailando… No vamos a conseguir mucho más asustando a la gente, mejor motivarla a que se una a la acción desde lo bonito.
Hablas de la importancia del papel que tiene la gente joven, ¿puedes desarrollar un poco más esta idea?
En la COP intentábamos explicar a los medios de comunicación por qué era tan importante que hubiera gente joven en la mesa de negociación. Porque incluso no teniendo el conocimiento técnico que deberíamos tener para una mesa de negociación, ya solo con la presión y la angustia que sentimos de pensar que vamos a vivir en el mundo que se está decidiendo allí, hay suficiente carga de motivación como para estar a la mesa. Hemos estado allí para exigir que la política fuera más real y que las medidas fueran implantadas en menos tiempo.
Los medios de comunicación nos decían “pero dadnos algo más de contenido”. Y les decíamos: ¿os parece poco que estemos aquí decidiendo nuestro futuro, el futuro de la generación planetaria? Y al final conseguimos que nos hicieran hueco en las noticias y hacerles entender la importancia de que hubiera gente joven dentro de la COP como observadora, pues siempre había estado fuera, en la contra cumbre, como activista. Y era la primera vez que algunos gobiernos, sobre todo de Latinoamérica, que está mucho más movilizada, que nos dan mil vueltas, llevaban a gente joven en sus propias delegaciones, que era como una cosa bastante histórica.
¿Crees que hoy en día ser activista y comunicar acerca del cambio climático a las generaciones jóvenes y no tan jóvenes tiene muchas dificultades?
Sí, diría que sí. Creo que hay una parte de la sociedad que está educada en el pensamiento a corto plazo y que cree que el activismo ecologista es algo de gente privilegiada que tiene la vida resuelta y se dedica a plantar árboles en su tiempo libre. Y esto es muy frustrante porque tú lo haces porque te va la vida en ello. Por eso, al comunicar desde aquí, lo que más nos cuesta es transmitir a la población general que piensa esto.
Sabemos por nuestros estudios que hay una juventud súper movilizada y que el cambio climático es la principal preocupación de la juventud. De hecho, cuatro de cada seis jóvenes ven el cambio climático como su principal preocupación vital. Pero cuando se pasa la barrera de los 30 años, entran otras preocupaciones como puede ser la seguridad, la emigración, la guerra de Ucrania, la inflación… Y el cambio climático se queda atrás.
Así que el reto es informar en esa transición de preocupaciones, quizás explicando que hay que pasar de la preocupación a la acción, que hay que tomar partido, que hay que lanzarse a la calle, cada uno como pueda, hacer la acción desde donde sea. Porque si no nos instalamos en la ecoansiedad, generada porque no sabemos qué va a pasar con el Planeta y, por tanto, tampoco podemos responder a preguntas más básica de la vida: ¿dónde voy a vivir dentro de un año? ¿voy a poder tener hijos? ¿cómo voy a pagar un alquiler?
¿Cómo ves que otros activistas tomen medidas para llamar la atención, como por ejemplo algo que ha ocurrido hace muy poco, que los activistas peguen sus manos en los marcos cuadros/obras de arte? ¿Tú crees que esto causa más atención o sin embargo causa más rechazo a lo que es el movimiento contra el cambio climático?
El caso es que los medios han transmitido la imagen de cuatro niñatos/niñatas que se han pegado un cuadro haciendo el tonto. Y no es eso. También hay gente mayor, como el movimiento de los yayos flautas, que decidió entrar en un museo también y hacer allí su acción para apoyar la reivindicación y destacar que no es solo un asunto de la gente joven.
Y aunque es un tema muy complejo y sobre el que se puede polemizar mucho, yo apoyo lo que se está haciendo, sobre todo porque creo que la radicalidad de lo que se está haciendo está en consonancia con la radicalidad del momento y la situación climática en la que vivimos. Leía un artículo de prensa hace poco sobre las sufragistas, las primeras mujeres que pidieron el voto en el Reino Unido, y que llevaron a cabo acciones con un impacto enorme. También atacaron obras de arte, incluso cargaban contra ellas con un hacha para reivindicar el voto de la mujer a principios de siglo. ¿Y quién se acuerda de esa acción? Nadie. En todo el mundo. Lo que se recuerda es que esas mujeres con su activismo sufragista consiguieron el voto y fueron ejemplo para la democracia, ¿no? Dentro de unos años yo creo que nadie se acordará de quién se pegó un cuadro y sin embargo se reivindicará que hubo una ola de gente joven que hizo todo lo que pudo en su mano para recuperar su futuro. Yo creo que ahí está la cosa.
Pablo, tú que has estado en las dos partes de la balanza, en la de la protesta y ahora estás más en la de la negociación, ¿cómo crees que deberían ser los movimientos: más proactivos, de buenas acciones, de negociación, etc. o más reactivos, o sea, con más reivindicaciones, protestas más potentes…?
Pues mira, yo creo que es tan grande la crisis, que es tan grande el problema, que es un problema humanitario de tal magnitud (yo creo que no lo compararía ni con la Segunda Guerra Mundial), que hay que atacar a todos los frentes, ya no vale sólo con el activismo en la calle. Sí podemos estar influyendo en una mesa de negociación, en una COP, se está. Necesitamos mucha gente muy activa que esté en la calle y en la cumbre.
Obviamente, cada vez hay un sentido más crítico del activismo, de reivindicar que las cumbres no están siendo lo suficientemente ágiles, pero es el espacio multilateral y democrático que hay. O sea que no estar no va a evitar que esa gente siga tomando esas decisiones. Por otro lado, vemos que el activismo climático está funcionando. Antes se le perseguía con multas, con sanciones administrativas, y ahora se está criminalizando, ya se están imponiendo penas de delitos. Las chicas que se pegaron al marco de los cuadros en el Museo del Prado han sido imputadas por daños al patrimonio. Ojo, que eran los marcos de los cuadros, no los cuadros. Entonces, como que nos estamos dando cuenta de que el activismo climático se está haciendo más potente, porque la realidad es que necesitamos ser más potentes y ser más escuchados y se está haciendo porque hay más sanción.
Y quienes no estén llamados/as a ser activistas, ¿cómo pueden en la vida diaria reconciliarse con la naturaleza, comunicarse más con ella?
Con el ecologismo pasa lo mismo que con el feminismo. Si te pones las gafas violetas, ya enseguida detectas cuándo hay un micromachismo o no… Pues con el ecologismo, cuando te pones las gafas verdes también tienes una mirada sobre lo que ocurre mucho más crítica. Por ejemplo, se dice que se está poniendo la presión sobre los ciudadanos cuando son las grandes empresas y los gobiernos los que tienen que actuar y no los ciudadanos. Pero yo creo que es un poco tramposo decir esto.
Obviamente, la presión que hacen los activismos, las ONG, la sociedad civil tiene que estar ahí, súper presente, pero creo que puedes ponerte las gafas verdes también en tu vida diaria y que hay un montón de actos de un impacto climático súper fuerte que no se pueden obviar, cada uno desde sus circunstancias sociales y vitales, más o menos complejas.
No hay nunca la misma exigencia para dos personas, pero desde el hecho de comentar con tus amigos lo que ocurre, hasta reducir por ejemplo tu consumo de carne en tu ámbito familiar ya es ser parte de la solución. En el momento en el que entiendes que tenemos que cambiar nuestro modelo de consumo, de alimentación, de transporte, ya estás cambiando tu modo de interaccionar con la vida.
Ser vegetariano, por ejemplo, es una actitud que dices “para qué, si hay 20 mil millones de personas más que comen carne”, pero ya no es tanto el impacto de lo que tú consumes, sino como tú puedas estar generando ese cambio en tu familia, cómo el entorno empieza a percibir que hacemos cosas distintas.
Entonces yo diría que son pequeñas acciones y que te empieces a preguntar. Y parece que no, pero tiene un impacto brutal. Vaya, muchísimo más que algunos movimientos de activismo, algunos no llegan a tanto.
¿Qué has aprendido de ti, del mundo y de la gente en todo este tiempo?
Pues, por ejemplo, la COP me ha servido para darme cuenta de mis privilegios como persona europea. A pesar de que lo pueda estar pasando muy mal por la situación precaria de la juventud, en general, el encuentro con personas de Fridays for Future de África, de Angola, concretamente, que te dicen “para vosotros son “viernes por el futuro” porque lo veis venir, pero para nosotros son ya “viernes por el presente” y lo estamos viendo ahora”, pues te da perspectiva.
Lo que más he aprendido en esta etapa de activismo y de voluntariado es a servir: además de vivir, podemos ayudar a más gente a vivir un poco mejor. Yo termino de trabajar y aunque llegue reventado a casa, no puedo quedarme quieto, de alguna manera tengo que estar ayudando a alguien o compartiendo espacio con alguien que lo está pasando un poco peor.
Nos tomamos esta entrevista como un acto en sí mismo de reivindicación y de protesta, de información y acción. Gracias por tu tiempo y un aplauso colectivo.
Gracias a vosotras. Que se sume a la acción climática quien pueda. Nos vemos por ahí.